Lecciones de la vida cotidiana: Cómo un sábado de "pequeñas tragedias" me enseñó tres lecciones fundamentales.
Ese euro y 58 céntimos que me volvieron loca
Comienzo con mi épico intento de cerrar una cuenta bancaria que había abierto hace siglos. Con el paso de los años, las condiciones habían cambiado y, para acceder a las nuevas funciones, me pedían cerrar la cuenta y abrir una nueva. Sencillo, ¿verdad? Bueno, no tanto. El problema era que, para cerrar la cuenta, tenía que dejarla en cero.
Mi objetivo estaba claro: deshacerme de esos molestos euros, un euro y 58 céntimos, para ser precisa, que habían quedado allí durante años. Una cantidad pequeña, sí, pero que me impedía cerrar la cuenta.
En años anteriores, había intentado de todo para acceder a la cuenta, pero debido a problemas con documentos no aceptados, estaba bloqueada. Entonces, el sábado pasado, descubro con sorpresa que, finalmente, mis documentos habían sido aprobados y tenía acceso de nuevo.
Así que, después de años de intentos fallidos, el sábado por la mañana me despierto decidida a decir "¡basta!". Decido que hoy es el día en que resolveré esta historia de una vez por todas. Fantástico, pienso. Miro cómo transferir ese dinero, pero parece que ningún botón es el adecuado para hacerlo. Le doy un vistazo a la app, pero nada. Decido chatear con el operador, y me sugiere hacer una donación. Una donación, claro… Pero, ¿dónde demonios está el botón para hacer una donación? ¿Por qué estas apps no hacen las cosas más fáciles?
No tenía muchas ganas de perder el tiempo, ya tenía planes para la mañana, pero una vez dentro de la app, me empeciné. Tenía que resolverlo.
Y es en ese preciso momento cuando tengo una idea genial: ¡Bitcoin! En ese instante, me pareció la única solución. Decido transferir mi escaso euro en criptomoneda, esperando que por fin podría cerrar la cuenta de una vez por todas. Finalmente, la cuenta está en cero. Intento solicitar la cancelación, pero un aviso me informa que primero debo vender la criptomoneda. Claro, no podía ser tan fácil, ¿verdad?
Cuanto más avanzaba, más aumentaba mi ansiedad. El tiempo pasaba y aún no había resuelto nada. Así que regreso al wallet de criptomonedas y descubro que el euro y 58 céntimos se han convertido en solo 8 céntimos de Bitcoin. Obviamente, por la comisión. Perfecto, ahora tengo aún menos dinero del que deshacerme. Así que vuelvo a la cuenta y me encuentro con esos 8 céntimos. Otra vez en el punto de partida.
Increíble, ya no sé qué hacer. Estoy a punto de rendirme, pero mi orgullo no me deja. Empiezo a convertir los euros en dólares (¡ya no sabía qué más intentar!) y luego los dólares de nuevo en euros. Cada vez que lo hago, pierdo un céntimo. ¡De repente veo una esperanza!
Repito la operación una y otra vez, hasta que consigo llevar la cuenta a cero. ¡Al fin! Con la alegría de una niña, intento nuevamente cerrar la cuenta y… otro aviso me informa, otra vez, que debo vender la criptomoneda antes de poder cerrar. Pero… pero… ¡ya he vendido todo! Voy a revisar y descubro que queda aproximadamente una centésima de céntimo en Bitcoin. No sé cómo ha pasado, pero ahí están, y la situación se vuelve cada vez más absurda.
Pienso: no hay problema, repito la operación. Pero esta vez, no me dejan vender porque la cantidad es demasiado pequeña. Desesperación total. Estaba a punto de lanzar el teléfono por la ventana.
Luego, sigo intentando y me encuentro con una moneda serbia. ¡Descubro que con esa moneda finalmente puedo vender! ¡Yupi! Me quedo con 0,024 de esta moneda serbia. Ok, ahora paso a euros, luego a dólares y asunto resuelto, pienso.
Pero no. El importe es demasiado bajo para realizar conversiones.
A ver, el punto es este: no poder cerrar una cuenta por un euro con 58 céntimos ya es frustrante. Pero no poder cerrarla por culpa de 0,024 de una moneda serbia, que ni siquiera llega a un céntimo de euro… bueno, ¡esto era demasiado para mí! Ridículo, diría yo. ¿Qué hacer?
Después de una larga búsqueda, finalmente encuentro cómo hacer donaciones (¡¿por qué no lo he encontrado antes?!). Tras varios intentos y descubrir que el importe aún era demasiado bajo para algunas donaciones, finalmente encuentro una organización que acepta esa cantidad y… ¡por fin, de una vez por todas, logro dejar la cuenta en cero!
Después de dos horas de intentos, entre euros, dólares, monedas serbias y criptomonedas, finalmente logro cerrar esa condenada cuenta.
Lección 1: No importa cuánto tiempo tardes, lo importante es terminar lo que empiezas. A veces, un poco de persistencia puede realmente llevarte a resultados inesperados.
Y ahora, hablemos de la bicicleta…
Pero el problema del banco no fue el único en mi "épico" día. Después de recibir la tan ansiada confirmación de cierre de la cuenta, decidí que era el momento de ocuparme de la bicicleta, que llevaba semanas en medio de mi pasillo. Quería colgarla en la pared usando los soportes que había comprado.
Era algo que había querido hacer desde hacía meses, pero, como siempre: “No hay tiempo”, “No tengo ganas” y así sucesivamente… Pero aquel sábado, decidí: “¡Basta! Es hora de hacerlo.” Agarré el taladro (ese viejo y con poca potencia, solo para añadirle un poco de adrenalina a la situación) y me puse manos a la obra.
Empiezo a hacer los agujeros en la pared. Simple, ¿verdad? Pues no, claro que no. Los primeros agujeros resultaron demasiado pequeños, así que intento ampliarlos con una broca más grande. Pero, como parecía estar predestinado ese día, cuanto más intentaba arreglar las cosas, más las complicaba.
Inserto los tacos, entran perfectamente. Coloco el primer soporte, pongo los tornillos y, justo cuando estoy a punto de darles las últimas vueltas… el taco sale de la pared. Quito los tornillos, pensando que solo necesitaba hacer un poco de presión, y los vuelvo a colocar. Nada, siguen saliéndose. Me doy cuenta de que los agujeros son demasiado grandes para esos tacos y no se ajustan bien. Nuevo dilema del día. ¿Qué hacer?
Miro a mi alrededor y veo todas las herramientas esparcidas por el suelo, algunos tacos ya medio rotos porque, aunque salían, tuve que forzarlos para sacarlos completamente. Todo está cubierto de polvo, y la pared parece un colador. No puedo dejarlo así.
El problema era que no tenía la broca correcta para el taladro. Me doy cuenta de que la medida ideal era un 7, pero solo tenía una broca de 6 o de 8.
¿Salir a comprar lo que falta? ¡Nooo! ¿Quién tiene ganas de vestirse, salir y luego volver a cambiarse para retomar el trabajo? Así soy yo: o lo hago de inmediato, o no lo hago nunca.
Con un poco de esfuerzo, logro fijar uno de los dos soportes. Quedó un poco torcido, pero firme y seguro. El segundo, en cambio… ese no quiere colaborar. Así que toca hacer más agujeros.
Me muevo solo un centímetro más arriba, donde no se notará la diferencia. Así, el soporte cubrirá los agujeros que ya no puedo usar. Esta vez, uso la broca más pequeña y empiezo a girarla y girarla en el agujero para agrandarlo. Media hora de agonía, el brazo ya cansado y el ánimo por los suelos.
¡Pero lo consigo! Logro fijar también el segundo soporte.
Llega el turno del tercero, el del centro. Ya tengo la técnica ganadora, pero estoy agotada y desmoralizada. ¿Voy a dejarlo todo y llamar a alguien para que termine el trabajo? ¡Jamás! ¡Vaya cabezota la mía…!
Y, aún con todos los errores y el caos emocional, logro completar la tarea y alcanzar mi objetivo: ¡bicicleta colgada en la pared!
Lección 2: Si no sabes hacer algo, no sigas cometiendo errores. A veces es mejor parar, pedir ayuda y ahorrar tiempo (¡y frustración!).
Las herramientas adecuadas
A veces, incluso en las mejores historias de perseverancia, ser cabezota no ayuda. Decidí insistir y hacerlo todo por mi cuenta. Pero mi taladro no era el adecuado: tenía poca potencia, la broca estaba desgastada y, para colmo, no era del tamaño correcto. Tampoco tenía suficientes tacos y tornillos, y me faltaban otras herramientas que habrían sido útiles. Pero me negué a detenerme. Llegué a la meta, sí, pero ¿a qué precio?
Lección 3: Algunas tareas requieren herramientas específicas para hacerse bien. Si no tienes las adecuadas, es mejor dejarlo.
La morale del día
El día fue largo y lleno de desafíos, pero al final, logré relajarme. Aprendí que la vida es como un gran rompecabezas: a veces necesitas tiempo para armarlo, otras veces hay que detenerse y pedir ayuda, y en otras simplemente hay que seguir adelante hasta alcanzar el resultado que buscas.
Aquí están las tres lecciones que me llevé a casa:
- No importa cuánto tardes. Lo esencial es completar la tarea. No hay prisa: la perseverancia siempre da frutos, y cada paso cuenta.
- Sé honesto contigo mismo. Reconocer tus límites es un acto de fortaleza. Si te das cuenta de que algo no es lo tuyo, ahorra tiempo y evita errores innecesarios: ¡pide ayuda! Todos tenemos talentos únicos, y tu valor no depende de ser bueno en todo.
- Usa las herramientas adecuadas. No improvises: tener el equipo adecuado marca la diferencia entre un trabajo bien hecho y un desastre.
Lección extra: ¡La terquedad es un gran enemigo!
A veces, la vida te pone frente a pruebas cotidianas, y solo enfrentándolas con paciencia y una buena dosis de humor podrás aprender algo valioso. Y, quién sabe, tal vez algún día logre colgar la bici sin convertir la pared en una zona de guerra.